Marcada en rojo como uno de los estrenos del año se presentaba Babylon. Una de esas cintas de metacine con un elenco fulgurando capitaneado por Brad Pitt en el papel de actor mujeriego y alcohólico y Margot Robbie como chica de barrio que sueña con ser la próxima estrella del cine.
Con un Damian Chazelle a la batuta, en lo que se supone ser su propia oda al cine clásico tras sus tributos al jazz (La la land), a la música (Whiplash) y a los astronautas (First man).
Sinopsis
En plenos años 30, y con la tecnología del sonido alrededor pululando, el mundo del cine vive sus años más dorados hasta el momento, con rodajes que danzan entre lo salvaje y lo glamuroso y un elenco de estrellas que son consideradas semidioses.
En ese escenario perfecto, un chico y una chica deseosos de comerse el mercado cinematográfico se topan por casualidad en una fiesta donde están algunas de las personas más influyentes de los estudios de Hollywood.

Crítica
Después de un inicio asfixiante, en lo que parece ser una de esas fiestas célebres de Gatsby, pero con el toque de Belfort (enanos, cocaína y sexo), la película transita por algo más de dos horas entre altibajos, por momentos amenos pero por momentos desesperantes, que a punto están de llevarla a la deriva de la nada. Pero cuando parece que la caída es completa, es rescatada de forma entretenida y con un toque melancólico que hará las delicias de los amantes del cine que fue y que cada vez parece más irrepetible y lejano.
Una estructura con grandes finales e inicio, desarrollo tan clásico del director, que introduce con finura diversos guiños al cine clásico, desde Cinema paradiso a El hilo invisible, con un constante aroma a El crepúsculo de los dioses que impregna casi todo el metraje. Guiños todos ellos que no podían faltar en una cinta con pretensión de tributo y que lograrán sacar una sonrisa a los espectadores.
En resumen, una película que nos recuerda la importancia de todo lo que está pasando, desde el punto de vista del futuro, para quienes ya es pasado. Porque todo lo que ahora tiene lugar, será un eco furioso e incontrolable en el fututo, propio o ajeno, y que se basa de la excusa del cine, la mejor de las excusas y lo más importante entre lo menos importante, para hablar de la melancolía.
Un eco que en el caso de Brad Pitt parece ser una eterna sinfonía y cuyas interpretaciones, apenas con poco más que el automático puesto, prometen seguir siendo tan imborrables como lo que hoy en día son las estrellas del cine clásico que la película referencia. Un par de bailes, un caminar por un pasillo o unas frases suyas siguen siendo verdadero CINE. Un estadio al que parece empeñada una Margot Robbie cada vez más afinada e inspirada.