Hace apenas unos días, saltaba la noticia, de la que se hacían eco muchos medios internacionales y nacionales, del ámbito cultural o generalista: una guionista que está escribiendo el guion de la nueva película de Bambi, en acción real, se ha pronunciado alto y claro: se debería eliminar o cambiar esa escena de Bambi.
Y de lo que quizás pueda parecer una simple declaración de intenciones, o nada más que alzarse en torno a una opinión, encierra tras de sí todo un universo que abandera y que sirve como fiel reflejo de una cultura que parece no frenan, e ir a más y más cada vez. Se trata de la cultura de la inoncenciación extrema.
Se trata este de un fenómeno que ha surgido en los últimos años y que parece ir a más: tratar de proteger (con la consiguiente sobreprotección) de los espectadores, tanto infantiles como no infantiles. Todo ello en un intento de no exponerles a situaciones con el potencial poder de traumatizarles. O si ya no traumatizarles, dejarles con un mal sabor de boca, un malestar general, un estrés, un sufrimiento, a priori, innecesario.
Y si bien esta parece una idea necesaria, sobre todo para evitar la exposición a escenas o cintas completamente inadecuadas para los más pequeños, parece que esta particular censura está yendo demasiado lejos. Con esta obsesiva persecución por todo aquello que pueda hacer daño a los niños, y a sus psiques, se está arrancando de cuajo unos sentimientos tan humanos como necesarios: el dolor, el miedo, la tristeza, y lo que es más necesario, el saber gestionarlos.
Tal y como ocurre a los niños de los documentales a los que no se les expone a las bacterias y son completamente vulnerables a ellas, parece que cada vez más las personas de nuevas generaciones tienen menor capacidad para gestionar todo aquello negativo como el sufrimiento. La resilencia se está situando bajo mínimos, y una de las principales razones es que cada vez somos más propensos a evitar el sufrimiento y el dolor.
Y si bien a todos nos partió esa escena de Bambi, es algo que nos hizo entender la imposibilidad de la perfección, y lo triste que este puede ser. También la crueldad y la mezquindad de las personas. El problema no es no sufrir jamás, la vida no tratar de eso. La vida trata más bien de ser capaces de disfrutar con el sufrimiento a cuestas, surfear las olas. Trata de no ser capaces de olvidar el eco de un disparo, pero sí de sonreír cuando este se ha disipado.