Famosos, ricos, venerados como deidades egipcias, con todo al alcance de su mano. Con gloriosas mansiones apuntando a Central Park, de esas que parecen embajadas; con ropas de esas tan caras que no necesitan llevar logos o símbolos para gritar «me sobra el dinero». Y tiempo: tanto dinero que pueden comprar con él todo el tiempo que puedan llegar a querer. Su propia vida, si así se les antoja.
Sí, así son los personajes de esta serie. Sin embargo… ¿por qué nadie es feliz en Succession?
La serie franquicia de HBO ha engatusado a millones de personas en todo el mundo, los cuales se disponen, lunes tras lunes, a ver durante una hora a un grupo de hermanos, y su entorno más inmediato, pelearse por ser el heredero del imperio de la comunicación que el padre creó décadas atrás, y a este mismo diseñando plan tras plan como un tira y afloja de poder y humillaciones (eso que ha hecho toda su vida con todo el mundo) con sus hijos.
Pero, para poder entender el porqué de esta melancolía y de este vacío existencial, debemos ponernos un traje de psicología y filosofía. A través de este, podremos atender cómo este particular grupo de personas apenas tiene un sentido en su propia existencia, más allá de fastidiar todo lo posible a su padre. Una razón de ser válida y elegida por ellos mismos que les haga levantarse de la cama a primera primerísima hora de la mañana. Algo bastante desagradable, aún contando que el primer toque del dedo gordo del pie a buen seguro recaiga en un mármol traído desde no sé qué recóndito rincón del mundo.
Una reflexión más profunda, nos hará darnos cuenta de que estos pobres ricos no tienen realmente derecho a desear nada, quizás uno de los aspectos más importantes para ser felices: anhelar algo, material o no, y estar en el camino para lograrlo. Poder desear, la expectativa, la lucha por conseguir; más allá del tener, la expectativa no cumplida, la inanición.
¿Acaso ese sueño de cualquier ser humano mundano de que le toque la lotería realmente no nos haría felices? Es posible que sí le/te/me hiciera feliz. O no. Pero, al menos, si se alcanza esa felicidad, que sea rezando por el momento en que puedas empezar a volver a desear algo y ponerse en el camino para conseguirlo.
Cuando escucho a alguien hablar de qué es la felicidad, siempre me viene a la mente una escena de Todos queremos algo, la película de Richard Linklater. En ella, tonteando en el agua, el protagonista emerge ante la chica-guapa-rubia-universitaria y la conquista explicándole qué es la felicidad para él.
Para ello, hace referencia al mito de Sísifo. En esta, Sísifo es castigado por los dioses a subir una piedra eternamente a la cima de una montaña, cada vez que la logra levantar hasta la cima, esta cae rodando hasta la base. Él, lejos de estar de acuerdo con que este sea un castigo, considera que es la misma felicidad. La vida plena.
Nadie se atreve a tirar la piedra de los Logan. Probablemente nunca hayan tenido que alzar una. Por eso no saben lo que es la felicidad real, la que te deja el pecho lleno, la que te hace sentir una sensación inenarrable de satisfacción, la que te hace darle sentido a todo, la que te permite por un instante contemplar desde la cima el mundo a tus pies.
Algo similar ocurre con nuestras vidas, odiamos cada segundo que tomamos para subir nuestra piedra, sin saber que esta es la verdadera felicidad. O no nos atrevemos a subirla. Sin embargo, no nos planteamos siquiera qué sería la vida vida sin esta maldita piedra.